martes, 19 de noviembre de 2013

Hola a todos, en esta primera entrega de su blog sobre habilidades comunicativas, les dejamos un texto tipo crítico. Aquí ustedes verán que el autor toma posición en una polémica, de modo que al hace un balance ético de la situación e incluso brinda sugerencias. Una variante importante y necesaria, hoy que debemos expresar un conjunto de posiciones de manera clara y contundente. Esperamos que les sea de ayuda.

La televisión y la difusión de ideas antisociales

La televisión ha sido el medio de comunicación símbolo en la revolución de los pasatiempos familiares alrededor del mundo. En esta industria se crearon programas que evolucionaron de acuerdo al gusto y vicios de los televidentes, teniendo como fin primero la captación de un audiencia cada vez más grande a la que llaman “rating”. A pesar de este novedoso descubrimiento, que significaba para la humanidad haber encontrado un medio de captación masiva de nuestra atención, el uso que los empresarios le dieron a la televisión ha sido -y sigue siendo- pernicioso para nuestra salud mental. A continuación se explicarán las razones que argumentan esta tesis.

La sociedad se educa constantemente por endoculturación, es decir, mediante la premiación o castigo de determinadas formas de comportamiento social. Suponiendo lo anterior, los programas de televisión son profundamente antisociales porque versan sobre temáticas que son estigmatizadas axiológicamente, como la violencia, pero se encuentran resguardadas bajo el polémico derecho de libertad de expresión y por los grandiosos resultados económicos que reportan a los empresarios y trabajadores que los elaboran y desarrollan.  Cuando se vanagloria la violencia en un programa televisivo, cuando se asume esta forma de comportamiento como un medio común, válido e incluso superior al diálogo u otra forma de negociación, estamos endoculturándonos antisocialmente, porque quienes sean más permeables a tales imágenes, tendrán menor aceptación social en su vida diaria e incluso podrían acabar cometiendo actos de una naturaleza semejante a la de los actores que solo realizan una violencia ficticia frente a las cámaras. Esto ocurre con los programas que enaltecen a personajes como los “capos” de la droga en telenovelas, o que muestran peleas montadas de lucha libre norteamericana. Quienes se obsesionan con estos personajes, a la corta o a la larga, querrán comportarse como tales. De este modo, la violencia en televisión nos llama a ser violentos, nos llama a ser antisociales.

No obstante la violencia sea un peligro para nuestra educación en valores pacíficos y de urbanidad, la televisión no sería un peligro si no tuviera un excesivo poder de persuasión sobre los televidentes. El tiempo libre que en otras épocas se dedicaba a la revisión de bibliografía o a practicar actividades ajenas al trabajo pero sumamente productivas en materia cultural, como el arte, la ciencia, la creatividad tecnologica, etc.; hoy se desperdicia apreciando telenovelas con muestras de amor anticientíficas, por lo tanto encerradas en visiones del amor de pareja que no evolucionan sino que están estancadas en otro contexto. Ahora, cuando el número de divorcios supera al 50% de matrimonios, deberíamos estudiar y repensar nuestras relaciones amorosas y sexuales, antes que confraternizar con posturas anacrónicas que han fracasado y que la televisión promueve. Asimismo, la televisión nos muestra un tipo de realidad que desea según sus intereses económicos y políticos en función de sus utilidades y sin remediar sobre la objetividad de la noticia que el público merece. En general, la fuerte carga de opinión y la carencia de objetividad científica en la información difundida mediante las pantallas son otra muestra del daño social generado por la televisión.


Para que en el futuro, las nuevas generaciones  no padezcan lo que muchos de nuestros congéneres, inconscientemente, sufren al ver la televisión, podemos sugerir una modificación pertinente. La televisión debe cambiar su programación en función a un pacto educativo científico laico que sea resultado de una discusión entre todos los sectores sociales, donde no solo participen, como hasta ahora lo han hecho, los empresarios y sus fines lucrativos. Un debate sobre el particular pondría de relieve la necesidad popular de cultura de calidad, y entenderemos que un cambio de programación no tiene que ser necesariamente aburrido, sino que puede ser entretenido también. Este puede ser un primer paso para acabar con una de las contradicciones sociales que más nos aquejan hasta el momento: la televisión como un difusor de ideas violentas y persuasivas antisociales.

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